Y seguimos con el baloncesto, que está entretenido estos días. Primero porque el Unicaja le ha dado un repaso al Barcelona en la serie final de la liga española (y eso que a priori el Barça era favorito). Segundo, porque Rudy Fernández, con poco más de veinte años, se va a la NBA; a Portland, concretamente, donde "jugó" (chupó banquillo, más bien) Fernando Martín hace muchos años (míticos sus duelos con Audie Norris, por aquel entonces pivot del Barça de Epi y Solozabal). En aquella época (creo que un poco después) llegó al Barça Aito García Reneses, entrenador que me encanta y que es el nuevo seleccionador nacional. Y sobre todo, está entretenido el baloncesto porque, después de muchos años, vuelven a jugar la final de la NBA Los Angeles Lakers y los Boston Celtics. Claro que no serán lo que fueron. No están los Lakers negros de Magic Johnson, James Worthy y Kareem Abdul-Jabbar ni los Celtics de los blanquitos Larry Bird, Danny Ainge y Kevin McHale (sí, todavía me acuerdo de los quintetos titulares de ambos equipos). Tampoco los Lakers son ya los del showtime del Forum Inglewood ni los Celtics juegan en el Boston Garden (el pabellón con el parket más oscuro que recuerdo).
De aquella época sí recuerdo la imaginación de Magic, el mejor base que he visto y un jugador de equipo de los que molan y caen bien (quizá ahora mismo el español Carlos Jiménez se le parezca en ese sentido, salvando las distancias). También recuerdo que, por aquel entonces (alevines que éramos) cada uno de nosotros tenía su héroe particular, de manera que nuestro equipo estaba formado por un quinteto ideal que ya quisiera el Dream Team. Más o menos éramos Magic (obviamente yo), Jordan, Larry Bird, Dominique Wilkins y Charles Barkley (había más, claro, pero esos son los que más recuerdo). De aquella época también recuerdo cómo los Pistons de Detroit (los "bad boys"), con Isiah Thomas, Laimbeer o un Dennis Rodman que no tenía nada que ver con lo que fue después, jubilaron a los Lakers. Y cómo me emocioné cuando, precisamente en el sexto partido, en casa de los Lakers, Detroit se proclamaron campeones en que fue, además, el último partido de Kareem Abdul Jabbar (que, por cierto, para mi desconsuelo, falló, a falta de un minuto y medio para acabar el partido, el último gancho del cielo de su carrera).
Pero era otro baloncesto. Después de un par de títulos de Detroit, llegaría Chicago, con Jordan a la cabeza, a imponer un modelo de baloncesto en el que destacan los jugadores más físicos, de esos que saltan y se tragan el aro y donde jugadores como Magic o Bird (que metía tripes desde ocho metros sin levantar los pies del suelo con la mayor elegancia del mundo) han ido desapareciendo poco a poco. Luego, con el paso de los años, Jordan dejó de dar saltos como un tonto y se conviertió en un jugador mucho más completo, pero el daño ya estaba hecho: había puesto de moda un tipo de jugador que no me gusta nada. No hay más que ver que "las mejores jugadas de la semana" son en el 90% de los casos, jugadas individuales que terminan en maes. Y hasta hoy, que, por lo poco que sigo la NBA, me parece más un correcalles de patio de colegio que un ejemplo de la mejor liga del mundo. Que me hago viejo, vamos.
De aquella época sí recuerdo la imaginación de Magic, el mejor base que he visto y un jugador de equipo de los que molan y caen bien (quizá ahora mismo el español Carlos Jiménez se le parezca en ese sentido, salvando las distancias). También recuerdo que, por aquel entonces (alevines que éramos) cada uno de nosotros tenía su héroe particular, de manera que nuestro equipo estaba formado por un quinteto ideal que ya quisiera el Dream Team. Más o menos éramos Magic (obviamente yo), Jordan, Larry Bird, Dominique Wilkins y Charles Barkley (había más, claro, pero esos son los que más recuerdo). De aquella época también recuerdo cómo los Pistons de Detroit (los "bad boys"), con Isiah Thomas, Laimbeer o un Dennis Rodman que no tenía nada que ver con lo que fue después, jubilaron a los Lakers. Y cómo me emocioné cuando, precisamente en el sexto partido, en casa de los Lakers, Detroit se proclamaron campeones en que fue, además, el último partido de Kareem Abdul Jabbar (que, por cierto, para mi desconsuelo, falló, a falta de un minuto y medio para acabar el partido, el último gancho del cielo de su carrera).
Pero era otro baloncesto. Después de un par de títulos de Detroit, llegaría Chicago, con Jordan a la cabeza, a imponer un modelo de baloncesto en el que destacan los jugadores más físicos, de esos que saltan y se tragan el aro y donde jugadores como Magic o Bird (que metía tripes desde ocho metros sin levantar los pies del suelo con la mayor elegancia del mundo) han ido desapareciendo poco a poco. Luego, con el paso de los años, Jordan dejó de dar saltos como un tonto y se conviertió en un jugador mucho más completo, pero el daño ya estaba hecho: había puesto de moda un tipo de jugador que no me gusta nada. No hay más que ver que "las mejores jugadas de la semana" son en el 90% de los casos, jugadas individuales que terminan en maes. Y hasta hoy, que, por lo poco que sigo la NBA, me parece más un correcalles de patio de colegio que un ejemplo de la mejor liga del mundo. Que me hago viejo, vamos.
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