Que los ciudadanos de a pie hablemos de política sin tener ni puta idea no está tal mal. Con un poco de suerte, aprendemos algo del interlocutor (que es lo que suele pasarme a mí); y además, como no somos profesionales y lo que digamos (mal que nos pese) no tiene trascendencia ninguna, podemos permitirnos el lujo de ser demagogos y de hablar sin conocimiento de causa. Los políticos no. No porque cobran una pasta por desepeñar voluntariamente un servicio público y porque sus opiniones (mal que nos pese también) sí tienen trascendencia. El asunto del "niño extremeño" sigue trayendo cola. Algún dirigente extremeño llamó hijo de puta al político catalanista que colgó el cartel en su blog. Otros emprenden acciones legales y otros, como un tontorrón de ERC, defiende al primero y dice que los extremeños son unos malnacidos y unos desagradecidos. Blanco o negro, o conmigo o contra mí. Y va la gente del populacho, ésa que no cobra por hablar de política, y explica cómo lo de las balanzas fiscales es mucho más complicado que todo lo que los "profesionales" están haciendo ver: Que si te doy, que si recibes. Y pone un ejemplo. Un bote de tomate, cultivado y envasado en Extremadura, paga impuestos en Cataluña porque ahí tiene su sede social la empresa tomatera. Y a partir de esta puntita del iceberg, miramos a ver cómo repartimos con cierta justicia según neesidades. Cayendo en simplificaciones demagógicas como hacen los que cobran de nuestro dinero, no. Eso seguro.
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