Se acabó. Menos mal que me enganché tarde, porque esperar diez años para conocer el desenlace (desde que se publicó Harry Potter y la piedra filosofal) hubieran sido muchos para un lector impaciente como yo. Dice Rowling que Harry Potter se le ocurrió en un tren y que está dedicado a sus hijos. Y se nota que sus hijos han ido creciendo en estos años; poco a poco la serie ha ido perdiendo inocencia y ganado en complejidad, gracias, sobre todo, a Severus Snape (de lejos el personaje más interesante), y en la última entrega, a Dumbledore.
Y, con todo lo que lo he disfrutado, tengo dos quejas. La primera es que la autora maneja fatal los tiempos: mucha velocidad en algunas partes seguidas por parones que destrozan el ritmo. En una novela de buenos y malos, de magia y de hechizos, no quiero un segundo de tregua, y Rowling me da demasiados. La segunda queja es que maneja fatal las acciones dramáticas. Mejor momento para hacer soltar la lagrimita que el entierro al final del sexto libro no había (aunque también este último tiene sus cosas), y sin embargo, pasan las páginas con demasiada ceremonia como para poder emocionarse a gusto. A favor, una historia muy entretenida, un mundo mágico bastante bien tejido (sin llegar a la extensión Tolkien) y unos protagonistas variaditos para que mayores y pequeños podamos elegir virtudes y defectos de cada uno.
Independientemente de gustos y quejas, que sea uno de los libros sobre los que puedo discutir con adolescentes (adolescentas, más bien), y que su editorial británica (Bloomsbury) invirtiera diez millones de libras en medidas de seguridad para evitar filtraciones sobre su desenlace, dan idea de la importancia que ha tenido esta saga. Otro referente más para la "cultura de occidente".
Y, con todo lo que lo he disfrutado, tengo dos quejas. La primera es que la autora maneja fatal los tiempos: mucha velocidad en algunas partes seguidas por parones que destrozan el ritmo. En una novela de buenos y malos, de magia y de hechizos, no quiero un segundo de tregua, y Rowling me da demasiados. La segunda queja es que maneja fatal las acciones dramáticas. Mejor momento para hacer soltar la lagrimita que el entierro al final del sexto libro no había (aunque también este último tiene sus cosas), y sin embargo, pasan las páginas con demasiada ceremonia como para poder emocionarse a gusto. A favor, una historia muy entretenida, un mundo mágico bastante bien tejido (sin llegar a la extensión Tolkien) y unos protagonistas variaditos para que mayores y pequeños podamos elegir virtudes y defectos de cada uno.
Independientemente de gustos y quejas, que sea uno de los libros sobre los que puedo discutir con adolescentes (adolescentas, más bien), y que su editorial británica (Bloomsbury) invirtiera diez millones de libras en medidas de seguridad para evitar filtraciones sobre su desenlace, dan idea de la importancia que ha tenido esta saga. Otro referente más para la "cultura de occidente".