Se murió la semana pasada Rafael Azcona y recibió mucha más atención mediática de la que yo (y supongo que él) hubiera imaginado. Aun así, en dos días olvidado. Lo de las televisiones me ha parecido el típico reportaje rapidito sobre algo que es noticia, pero no mucho. Menos es nada, que es verdad que se han molestado y le han dedicado un tiempo que podrían haber dedicado a cualquier pseudofamoso. Y sin embargo, durante un año que dediqué a buscar información y a pensar sobre él y algunas de las cosas que escribió, además de aprender mucho (y no solo sobre Azcona) también me di cuenta de que era un tío respetado. No se ha armado el alboroto que con, por ejemplo, Cela o Fernán Gómez, pero ya decía él que a los guionistas no se les suele hacer mucho caso. Pero a pesar de todo, muchos medios se interesaron por él cuando aún estaba vivo (que es cuando tiene mérito) y ha dejado un buen montón de entrevistas de las que muchas merecen la pena.
Pero el caso es que no solo escribió guiones (Belle Epoque, El bosque animado y La lengua de las mariposas son probablemente mis favoritos), sino que también se inventó al repelente niño Vicente, que hasta ese año era una frase que yo había oído de siempre en casa y que no imaginaba que fuera un dibujito cómico. Y también escribió varias novelas, algunas de ellas recomendadas para todos los públicos. Sobre todo, Los muertos no se tocan, nene y Los europeos. Ya sé que se dice que su cumbre son las colaboraciones con Berlanga en los 60, pero no. El pisito, El cochecito y demás guiones sesenteros, realistas, críticos, humorísticos y paródicos (y más cosas que no digo) están muy bien, pero la mayoría se basan en sus propias novelas (es decir, no es material "original") y, además, en el caso de Azcona, ocultar al narrador (el de ese cine es demasiado sutil para su carácter) elimina la parte más ácida y cachonda de sus novelas. Los europeos retrata muchas cosas con mucha mala leche (acaba siendo difícil reírse), y es tan fiel, no tanto a la realidad como a rasgos de carácter, que asusta. Los muertos no se tocan, nene, que es mi favorita, tiene la virtud de ser muy divertida, muy apta para todos los públicos (lectores), pero además, está repleta, y digo repleta, de alusiones, referencias y dobles sentidos (literarios o no) que hacen que leerla, releerla y volverla a leer sea todo un reto cada vez. Mi ejemplar está lleno de anotaciones. Y recuerdo que, cuando la leí por primera vez, no tenía material suficiente para una tesina, pero ahora (con ¿diez? lecturas, todas con lápiz en la mano), alguien con paciencia podría sacarle mucho partido. De ahí los demasiados cambios, retoques y reajustes que sufrió mi tesina, que alargó demasiado el proceso y que supongo que fue una de las razones por las que aún sigue inconclusa. Pero a pesar de todo, y contra el comentario ese que dice que se le acaba cogiendo manía al autor sobre el que se trabaja; yo, sin haberlo conocido, guardo muy buen recuerdo de Rafael Azcona, que se murió la semana pasada.
Pero el caso es que no solo escribió guiones (Belle Epoque, El bosque animado y La lengua de las mariposas son probablemente mis favoritos), sino que también se inventó al repelente niño Vicente, que hasta ese año era una frase que yo había oído de siempre en casa y que no imaginaba que fuera un dibujito cómico. Y también escribió varias novelas, algunas de ellas recomendadas para todos los públicos. Sobre todo, Los muertos no se tocan, nene y Los europeos. Ya sé que se dice que su cumbre son las colaboraciones con Berlanga en los 60, pero no. El pisito, El cochecito y demás guiones sesenteros, realistas, críticos, humorísticos y paródicos (y más cosas que no digo) están muy bien, pero la mayoría se basan en sus propias novelas (es decir, no es material "original") y, además, en el caso de Azcona, ocultar al narrador (el de ese cine es demasiado sutil para su carácter) elimina la parte más ácida y cachonda de sus novelas. Los europeos retrata muchas cosas con mucha mala leche (acaba siendo difícil reírse), y es tan fiel, no tanto a la realidad como a rasgos de carácter, que asusta. Los muertos no se tocan, nene, que es mi favorita, tiene la virtud de ser muy divertida, muy apta para todos los públicos (lectores), pero además, está repleta, y digo repleta, de alusiones, referencias y dobles sentidos (literarios o no) que hacen que leerla, releerla y volverla a leer sea todo un reto cada vez. Mi ejemplar está lleno de anotaciones. Y recuerdo que, cuando la leí por primera vez, no tenía material suficiente para una tesina, pero ahora (con ¿diez? lecturas, todas con lápiz en la mano), alguien con paciencia podría sacarle mucho partido. De ahí los demasiados cambios, retoques y reajustes que sufrió mi tesina, que alargó demasiado el proceso y que supongo que fue una de las razones por las que aún sigue inconclusa. Pero a pesar de todo, y contra el comentario ese que dice que se le acaba cogiendo manía al autor sobre el que se trabaja; yo, sin haberlo conocido, guardo muy buen recuerdo de Rafael Azcona, que se murió la semana pasada.
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